domingo, 30 de octubre de 2016

Historia - Homosexualidad y religión en Japón

En mi entrada sobre la homosexualidad en Japón hice una especie de introducción a la historia de los derechos LGBTQ+ en Japón, y mencioné algunas cosas en las que tenía pensado profundizar más adelante. Hace ya tres meses de aquello, así que creo que va siendo hora de retomar el tema.

Para refrescaros un poco la memoria, os recordaré que una de las relaciones más comunes en Japón antes de la Revolución Meiji era la que se daba entre los monjes y sus acólitos (llamados chigo), y que en general estaba bien vista hasta que el chigo en cuestión se convertía en monje. Una vez el chigo perdía su juventud, no debía seguir siendo la parte pasiva de la relación, así que debía limitarse a tener relaciones con los nuevos acólitos del templo. La figura del chigo inspiró numerosas historias y leyendas que se consideran un importante ejemplo de la literatura japonesa. Por supuesto, el chigo suele acabar muerto en la mayoría de ellas, sobre todo si no logra alcanzar la juventud eterna. Al fin y al cabo, si el chigo amaba a su pareja, no soportaría tener que abandonar a su verdadero amor cuando creciera. Y si su amor era correspondido, el adulto tampoco querría seguir viviendo sin él. Esta estructura se repite con las historias de amor de samuráis, de las que os podría hablar más adelante.

Como me gusta centrarme más en la historia que en la literatura dentro de esta categoría, he pensado que lo mejor será compartir los hechos históricos ligados a dos lugares de Japón que todavía se pueden visitar hoy en día: el monte Koya y Enoshima. Ambos lugares son muy famosos y visitados en Japón, pero los turistas no suelen conocer el tipo de información que nos interesa en este blog. Hay tanta historia en Japón, que un mero acercamiento relegará gran parte de ella a un segundo plano, y desgraciadamente hay ciertos detalles que suelen omitirse en la guías turísticas. Y, por lo que veo, en los artículos de Wikipedia también.


Uno de los templos del monte Koya


A juzgar por el artículo de la Wikipedia en español, el monte Koya que se eleva al sur de Osaka es un antiguo lugar sagrado que se conoce por ser el “cuartel general” del budismo shingon desde el año 819, cuando el famoso monje Kukai consiguió que se fundara. El lugar es Patrimonio de la Humanidad y tiene el cementerio más grande de todo Japón, pero apenas cuentan nada de su historia. En concreto, hay dos datos sumamente interesantes que me parece raro que hayan obviado, pero allá cada cual con su conciencia.

El primero es la existencia del cuerpo de Kukai en un lugar secreto del recinto, al que tienen acceso muy pocos monjes. Se dice que el monje fundador del templo no murió, sino que, desde el siglo IX, se encuentra en un estado de meditación muy profundo conocido como samadhi. Uno de los monjes más importantes del templo tiene el envidiable trabajo de darle de comer y cambiarle de ropa todos los días, no sea que en el futuro le dé por salir del trance. Tiene que ser una tarea de lo más curiosa.


El segundo dato que no aparece mencionado es que el templo del monte Koya se conoció, durante siglos, como el origen de la homosexualidad en Japón (obviamente la homosexualidad ya existía, pero la fama del monte Koya era legendaria). El propio nombre del monte se convirtió en un sinónimo de amor homosexual, aunque en realidad lo único que introdujo Kukai fue la senda del wakashudo, o amor entre un monje y un joven acólito, que aprendió en China y que ya os he descrito antes. En teoría, la finalidad de la relación entre monje y acólito era didáctica. La iniciación sexual no solo se consideraba fundamental en la educación de estos jóvenes en su camino a convertirse en adultos, sino que además muchos creían que el sexo anal era un método muy fiable de llegar al Nirvana. La verdad es que tiene sentido, si lo pensáis bien. En cualquier caso, el modelo arraigó hasta el punto en que se prohibió la entrada de mujeres no solo en el propio templo, sino en toda la montaña, y pronto este método pedagógico se extendió a otros templos y a la casta samurái, contando con numerosos seguidores hasta que desapareció con la Revolución Meiji.



Roca con forma de asiento en Chigogafuchi

El otro lugar del que quería hablar se encuentra cerca de Kamakura, en la isla de Enoshima. Al salir de las cuevas de Iwaya, se llega a un rocoso acantilado llamado Chigogafuchi, con vistas al monte Fuji. Bajo el acantilado está la pequeña meseta de Chigogafuchi, una elevación del suelo marino que se produjo durante el Gran Terremoto de Kanto de 1923. Gracias al terremoto, la meseta es ahora visible y se puede caminar por ella cuando el mar está en calma. Al estar situado hacia el oeste de Enoshima, Chigogafuchi tiene unas vistas incomparables del atardecer y se considera uno de los lugares más románticos de todo Japón. Pero la imagen romántica del lugar no se debe solo a las vistas que disfrutan las parejas hoy en día, sino que hace siglos el lugar era bastante popular por la cantidad de parejas que se suicidaban desde el pequeño acantilado antes de que las rocas del fondo ascendieran por encima del nivel del mar. No en vano, el nombre "chigo-ga-fuchi" significa "el abismo del acólito".

La historia que quería compartir tiene varias versiones, pero os voy a contar la que descubrí durante mi última visita a la isla, hace unos años. Cuentan que Jikyu, un monje del templo Kencho-ji, partió a realizar el popular peregrinaje de los cien días en Enoshima. Durante su paso por Kamakura conoció a un joven acólito del que se enamoró perdidamente. El joven, que correspondía a Jikyu, se llamaba Shiragiku (crisantemo blanco) y era un chigo del templo Sojo-in. Como tal, solo debía tener relaciones con los monjes de su templo, pero de noche se escapaba a Enoshima para encontrarse con Jikyu en secreto. Durante los cien días que Jikyu pasó en Enoshima, Shiragiku y él estuvieron cada noche juntos, sentados frente al mar (Chigogafuchi tiene una roca con forma de asiento que podéis ver en la imagen) y disfrutando del breve tiempo que les había sido concedido. Pero la felicidad es efímera, y el fin del peregrinaje de Jikyu llegó demasiado pronto. Decidido a no separarse él, Shiragiku se entregó a su amado por última vez y, tras vislumbrar juntos el amanecer del día en que Jikyu tenía que partir, se vistió de nuevo y se lanzó por el acantilado. Sin perder un instante, Jikyu se levantó y lo siguió hasta su propia muerte contra las rocas que hoy en día forman la pequeña meseta de Chigogafuchi.

Unos siglos después se popularizó otra versión de la historia gracias al teatro kabuki. En 1817 se produjo una obra llamada "Sakura Hime Azuma Bunsho", también conocida como "La princesa escarlata de Edo", en la que un monje del templo Hasedera llamado Seigen se enamoraba de un chigo llamado Shiragiku. En esta historia, la pareja de amantes se ve obligada a saltar por el acantilado para escapar de una turba enfurecida que quiere separarlos. Tras jurarse amor eterno, Shiragiku salta por el acantilado de Chigogafuchi pidiéndole a los dioses que lo hagan renacer como mujer para poder casarse con Seigen en su próxima vida. Sin embargo, el miedo se apodera de Seigen en el último minuto (al ver el cuerpo de su amado destrozado contra las rocas), y este decide escapar en vez de sufrir una muerte honorable. Diecisiete años después, Shiragiku se ha convertido en Sakurahime y se reencuentra con el cobarde de Seigen. El resto de la obra poco tiene que ver con la historia original, que sirve más para darle un trasfondo conocido a los personajes.

Estampa japonesa que muestra a Shiragiku

Os preguntaréis cómo es que los monjes bonzo tenían establecido un modelo tan normalizado de pederastia al estilo de la Antigua Grecia, cuando se suponía que debían permanecer célibes, pero lo cierto es que los escritos solo les instaban a evitar el "monte de Venus", lo cual interpretaban como que estaba prohibido tener relaciones con mujeres, pero no con hombres. Cuando el modelo pederástico se extiende a los samuráis, las cosas cambian un poco. Por ejemplo, el samurái debe casarse con una mujer para engendrar a sus herederos, cosa que también era común en la Antigua Grecia. Pero de ese tema ya hablaré en otra ocasión, que no quiero que se alargue mucho esta entrada.


Si queréis saber más sobre los temas que he mencionado, os recomiendo los siguientes links:

2 comentarios:

  1. Me ha parecido súper curioso e interesante el articulo, el primer relato me ha dado entre morbo y curiosidad por ver al supuesto monje y comprobar si realmente está momificado o no y tal ( soy creepy) y la segunda historia me ha parecido preciosa y muy triste. La versión del kabuki me ha gustado también, me gustaría ver la obra algún día que entienda más japonés.
    Mil gracias!

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    1. ¡Me alegra mucho que te haya gustado! A mí me dio rabia que solo el señor monje ese pueda ver la momia o lo que sea, la verdad. Lo de envidiable no lo decía de broma. No del todo.
      La historia de Chigogafuchi me encantó y fue muy difícil de investigar, pero quería meterla en cierta historia. Ahora solo necesito tiempo para escribir un poco ;_;

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